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" Empecé a contar hasta cincuenta delante de una pared en la que había dos cuadros de Adán y Eva desnudos" (10).


- Me encantan las monalisas, ¿cuántas hay?
- Dos, la auténtica, la de Leonardo, que está en el Museo del Louvre, y esta, que es una reproducción exacta, hecha por uno de sus discípulos...
- ¿Una reproducción? O sea, ¿una copia?
- Sí.
David se quedó perplejo.
- No entiendo, Esto del arte es una jaleo. ¿Por qué esta copia es tan importante y la copia de Las Meninas no vale nada y es un desastre nacional si se descubre, aunque todos lo que la ven creen que es de Velázquez?
- Porque esta Mona Lisa se pintó al mismo tiempo y en el mismo taller que la original. El cuadro es de uno de los discípulos de Leonardo da Vinci y se cree que el propio maestro le ayudó. Esa Mona Lisa lleva la mano de Leonardo" (51).



- Un áspid, un aspid... -dijo, al fin Cris-. Ha pasado un áspid por aquí debajo. Lo he visto. Un áspid. Un áspid... (...)
- Un áspid es una serpiente -explico Cris-, pero muy venenosa y muy pequeña, como... como... (116-117).

- En ese instante creí percibir el silbido de una flecha que parecía haber cruzado (invisible) por delante de mis ojos (...)
- La flecha que creía haber visto antes, la vi de verdad, la he visto, la acabo de ver, la estoy viendo, !Esta ahí! (...)
- Acababa de descubrir una pintura en la que se veía a un hombre casi desnudo (solo tenía un trozo de sábana como taparrabos) con las manos atadas atrás y una larga flecha clavada en las costillas (118).

Y con ese ahí se refería, !ay!, a una gran cabeza que tenía una herida en la frente. Era un gigante y estaba separada del cuerpo, justo al lado de un tipo que intentaba atarla para llevársela a rastras (119-120).



-¿No oléis a manzanas, digo a... uvas?
- ¿A uvas? - David paladeo el aire como si fuese comida- ¡Puaj! Huele a algo, pero es un asqueroso puré de verduras con puerro. ¡Vámonos! (...)
- Huele igual que cuando mi tío viene de caza y deja las perdices colgadas en... (...)
- Hummmmmmm, qué aroma. Es como si estuviéramos en mitad de la naturaleza. ¿No oléis el estimulante perfume de las flores?
-¿No has visto - Belén me indicaba el bodegón, pero su cabeza evitaba mirar hacia aquel lugar- Las perdices... ¡se han movido! Y mueven sus alas cortadas (120)
-Pobre de mi -le corrigió David-. ¿No habéis visto a ese gigantón? Ahora disimula, baja la cabeza y no se mueve, pero antes me ha atacado. Ha cogido su chachiporra...¡Menos mal que me he retirado a tiempo, el muy bestia! (124).


- Sí, eso es -se animó Cris-. ¡Lanzas! ¿También tú las has oído? (...)
También llamado Las Lanzas, porque aparecían hasta 27 lanzas muy largas (lo sé bien porque las conté una vez en clase).
- ¡Mirad, al fondo hay una cortina de humo! -señaló Belén-. Ese es el fuego que acabo de oler (...)
Lo mirábamos: se veía a dos ejército que ya habían acabado su batalla final y firmaban el tratado de paz. Un capitán le entregaba un papel a su enemigo, mientras los soldados estaban muy pendientes de la ceremonia. Todos menos uno, que, vestido con traje verde, gorro negro y arcabuz al hombro, vigilaba lo que había fuera del cuadro.
¡Nos vigilaba a nosotros! (125).

Diego Velázquez.

Tras el golpe pasamos a una sala pequeña, también con cuadros de Velázquez, que David recordaba bien (...) Así que se permitió iluminar con el mismo chorro de luz una pared terrible llena de cuadros de enanos, bufones y tipos maltrechos, todos muy serios. (131)

- ¡Menos mal que no soy un bebé! ¡Menos mal! -y se llevó las manos a la boca para contener una arcada- !ogh! (136)
(...) Como yo no reaccionaba, fue subiendo el rayo de luz hasta llegar a la altura del bebé, también muy antiguo, que tenía en la boca un pecho de mujer, como una avellana gigante, que parecía salir de debajo del cuello.
- ¡Puaj!-suspiré al verlo.
Pero eso no era nada. Lo increíble venía después.
Encima de ese cuello oscuro había una barba negra, y más arriba, la cara de un hombre viejo, feo, con una enorme frente que parecía mirarnos fijamente sin decir nada (141).


►La mujer barbuda, José de Ribera, 1631
- ¡Muy a lo lejos, oía los gritos de una multitud que protestaba, como si fuese una manifestación. O más bien, una emboscada.
- ¿No oyes?
- Es cierto. Oigo algo. Disparos. He oído disparos (143) (...)
-¡Cuidado! ¡Están disparando y nos puede pillar alguna bala!
- ¿Quéeee?
- ¿Qué horror? -dije-. Están matando a esos pobres hombres. Mira cuantos moribundos hay tirados en ese charco de sangre -y noté unas gotas en el cuello- ¡Ay! (144)



-Si, pero... -había algo raro en el ambiente-. ¡Vaya! ¡Vuelvo a oler raro otra vez! Es..
- ¡Sopa! Una sopa asquerosa.
- ¿También tú la hueles?
- No, pero he oído cómo alguien movía una cuchara en el plato y después.., no sé.., sorbía la sopa como un viejo desdentado que vi una vez en una peli de terror.. -explicó David, al mismo tiempo que yo dirigía por fin el rayo de luz hacia el lugar de donde procedía aquel olor.
Entonces contemplamos una escena que nos dejó helados. Se me cayó la linterna al suelo, y nos fuimos dando trompicones al otro lado de la pared. A lo más lejano.
- !Qué horror!
Esto sí que era un horror horror: ante nuestros ojos apareció un viejo (o vieja) con harapos y una cuchara en la mano, y a su lado había un tipo encorvado, que era casi una calavera. Lo peor era que la cara del viejo desdentado se deshacía como si estuviese hecha de cera en una noche de calor (146).
David me enfocó con la linterna recién armada y...
- ¡A tu espalda! -grito- ¡A tu espalda!
- Me aparté instintivamente, avancé unos pasos y giré la cabeza para descubrir el peligro que me amenazaba.
Entonces vi a un gigante monstruoso, como un hombre primitivo, que devoraba un cuerpo humano y del que ya se había zampado la cabeza y un brazo, mientras la sangre brotaba a chorros y salpicaba todo alrededor...

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