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Contra la ira, dilación (Séneca)

Todos nos enfurecemos cuando alguien obstaculiza nuestros planes o nos ofende. Puede haber una furia justificada, por ejemplo, la indignación que experimentamos cuando vemos a alguien abusando del débil o atropellando sus derechos.

 

Pero la furia es mala cuando impide que una persona pueda controlar su comportamiento. "Sé le sube la sangre a la cabeza y puede hacer un disparate", decimos. Hay personas que se enfurecen con mucha facilidad, y que pueden convertirse en personalidades agresivas. 

 

En ocasiones, las agresiones no están provocadas por la furia, sino por el cálculo frío. El violento quiere conseguir algo, y la violencia le parece un procedimiento sencillo para alcanzarlo. Un sociedad justa no permite que el violento se salga con la suya. 

 

 

 

 

El potencial negativo de la furia nos conduce al odio, el peor de los sentimientos para la convivencia. El odio niega a las personas la dignidad y provoca que las personas sean insensibles al dolor ajeno y carezcan de todo sentimiento de solidaridad. No hay sentimiento más salvaje, más cruel que el odio. Es inhumano, porque no conoce la compasión. En el Museo del Prado podemos encontrar una buena colección de cuadros relacionados con esta emoción vinculada a la religión, la política y las guerras.

 

El territorio semántico de la furia y el odio.

 

 

Por otro lado, en la civilización griega la hibris aludía a la transgresión de los límites impuestos por los dioses a los hombres mortales y terrenales, siendo un sentimiento violento inspirado por las pasiones exageradas, consideradas enfermedades por su carácter irracional y desequilibrado, y más concretamente por Ate (la furia o el orgullo). El castigo a la hibris es la némesis, el castigo de los dioses que tiene como efecto devolver al individuo dentro de los límites que cruzó. 

 

Martirio de San Esteban, Juan de Juanes, 1562.  

Según los Hechos de los Apóstoles Esteban denunció las preferencias que la Iglesia daba a los judíos hebreos frente a los judíos helenistas, condenando a su vez el uso del Templo de Jerusalén como asiento de la idolatría contraria a la Ley de Moisés. Estas ideas chocarán con los intereses materiales de la casta sacerdotal y con las creencias del pueblo judío, lo que acabó incomodando a los fariseos de algunas sinagogas, quienes acusaron a Esteban ante el Sanedrín de blasfemia contra Moisés y contra Yahveh. La asamblea lo considerará culpable y Esteban será lapidado a las afueras de Jerusalén mientras, según la tradición, oraba por sus verdugos, diciendo: "Señor, no les tomes en cuenta este pecado". Entre los participantes se encontrará el futuro San Pablo, aunque las fuentes no mencionan su participación en el apedreamiento, sí mencionan que cuidó la ropa de los que lo hacían. . 

 

 

Por su parte, en la mitología griega, las Erinias son personificaciones femeninas de la venganza que perseguían a los culpables de ciertos crímenes. Según Hesíodo, las Erinas son hijas de la sangre derramada por un miembro de Urano sobre Gea cuando su hijo Crono lo castró. Su número suele ser indeterminado, aunque Virgilio, probablmente inspirándose en un fuente alejandrina, nombra tres:

 

* Alecto, que castiga los delitos morales. 

* Megera, que castiga los delitos de infidelidad. 

* Tísifone, que castiga los delitos de sangre. 

El motivo de las Furias y la venganza de los dioses tuvo un gran éxito en la pintura moderna cuando los gobernantes las eligieron como alegoría política y los pintores como un vehículo privilegiado para representar la dificultuad máxima en el arte, tanto en su vertiente formal (eran enormes figuras desnudas en escorzos inverosímiles) como expresiva, como representación del dolor. En el Museo del Prado podemos observar cuatro obras que representan los castigos aplicados por los dioses denominados "furias".  

Ixión, José de Ribera, 1632.

Progenitor de la raza de los centauros, Ixión intentó suplantar a Júpiter en el lecho de Juno, por lo que fue castigado a girar eternamente atado a una rueda para expiar sus desmanes. Ribera nos muestra una violenta imagen, con el condenado boca abajo, acentuando la tensión dramática mediante la luz, la monumentalidad de las figuras, las forzadas anatomías y la expresividad gestual. 

 

 

 

Ticio, siglo XVII. Tiziano. 

En la Metamorfosis de Ovidio se narra  el sufrimiento del gigante Ticio, hijo de Júpiter y Elara. Aparece encadenado a la roca en el Tártaro mientras un águila devora eternamente sus entrañas. Ticio fue castigado por intentar seducir, instigado por Juno, a una de las amantes de su progenitor. 

 

 

Tántalo, José de Ribera, siglo XVII.

Tántalo, en la mitología griega, rey de Lidia e hijo de Zeus. Los dioses honraron a Tántalo más que a ningún otro mortal. Tántalo mató a su único hijo, Pélope, lo coció y lo sirvió en el banquete a los dioses, sin embargo, se dieron cuenta de la naturaleza del alimento y devolvieron la vida a Pélope y decidieron un castigo para Tántalo. Lo colgaron para siempre de un árbol en el Tártaro y fue condenado a sufrir sed y hambre angustiosas. Bajo él había un estanque de agua pero, cuando se detenía a beber, el estanque quedaba fuera de su alcance. El árbol estaba cargado de peras, manzanas, higos, aceitunas maduras y granadas, pero cuando estaba cerca de las frutas el viento apartaba a las ramas

 

 

Sísifo, Tiziano, 1548.

 

Sísifo era rey de Éfira (antiguo nombre de Corinto) y por revelar que Zeus había secuestrado a Egina, el dios griego le castigó en el Hades a hacer rodar con su cabeza y empujando una gran roca cuesta arriba, que continuamente se precipitaba hacia abajo.

Sin embargo, uno de los mejores pintores que podemos encontrar en el Museo del Prado para representar las pasiones relacionadas con la furia, el odio y la venganza es Francisco de Goya (1746-1828) quien realizó una serie de 82 grabados titulados Los desastres de la guerra.  El horror de la guerra se muestra especialmente crudo y penetrante en esta serie. Las estampas detallan las crueldades cometidas en la Guerra de la Independencia Española.

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